12 noviembre 2024

TELDE CLARETIANO

Mosén Claret - Grabado de Paciano Ross (1894) (Aguilar, s/p)

De la tradición oral que han ido formando muchas familias teldenses se puede rescatar, entre otros hechos, la profunda huella que el misionero san Antonio M.ª Claret y Clará (1807-1870) y sus tres acompañantes dejaron tras su paso por las parroquias de San Juan y San Gregorio durante los últimos días de mayo de 1848.

Propio de la transmisión oral es que, con el paso de los años y de sus «transmisores», esta se vaya enriqueciendo con versiones de lo acontecido que desdibujan la realidad adornándola de anécdotas varias e, incluso, hechos prodigiosos. Baste recordar, como ejemplo de crónica de los acontecimientos, la información reseñada por nuestro cronista a cuya familia, por cierto, tocó muy de cerca la presencia del fundador de los claretianos en nuestra ciudad («TeldeActualidad», 11/05/2022).

La prensa del momento, incluso a nivel nacional, recogió también sus propias impresiones, lo que nos ofrece otra fuente para acercarnos a lo que nuestra ciudad vivió durante aquellas memorables jornadas.

«Hemos visto carta de las Palmas, capital de las Islas Canarias, de fecha 8 de noviembre. Su obispo el ilustrísimo señor don Buenaventura Codina seguía con notable aprovechamiento de sus feligreses la santa tarea de la visita pastoral, y todos acudían como extasiados a oír la divina palabra, siendo preciso en algunos pueblos predicarla en la plaza por no ser los templos bastante capaces para contener a tanta gente.
El reverendo presbítero don Antonio Claret seguía las misiones, produciendo en todas partes iguales o mayores resultados que en la parroquia de Telde. En dicha fecha solo le faltaba recorrer las parroquias de Fuerte-Ventura y Lanzarote, y pasar después al obispado de Tenerife, en donde se le esperaba con viva impaciencia, lo propio que aquel celoso prelado.
Una revolución religiosa y pacífica, la más extraordinaria que jamás se ha visto, dice la carta, está obrando Dios por medio de cuatro peninsulares en esta isla. Los libros piadosos del reverendo Claret se venden a millares» («La Esperanza», 1/1/1849, p. 2).

Llama poderosamente la atención que el artículo reseñe lo ocurrido en Telde como algo extraordinario, es más, se espera que la misión tenga en los otros lugares, al menos, los mismos resultados satisfactorios que en nuestra ciudad.

La tradición oral nos ha legado, como decía, la visión de esos días de misión «desde fuera», desde el parecer del pueblo. El P. Claret, en sus anotaciones, también nos ha legado su propia vivencia con aquellos apuntes suyos: «estos canarios me han robado el corazón» y «no ceso nunca de dar gracias a Dios por haberme enviado a estas islas». Alguien que también nos ha legado su visión de los acontecimientos y que ha pasado desapercibido, pese a haberlo vivido todo de primera mano, fue el beneficiado servidor de San Juan de ese momento, su párroco diríamos hoy, don Gregorio Chil y Morales, encargado de acoger a los misioneros y facilitar su labor.

Con esta carta le transmitía sus vivencias de la misión al obispo de la diócesis, don Buenaventura Codina, constituyendo, además, toda una crónica de la sociedad y economía teldenses del momento:

«Ilmo. Señor:

Hoy a las cinco de la mañana, después de celebrar el Santo Sacrificio de la misa, ha salido de este pueblo para la villa de Agüimes, el misionero apostólico don Antonio Claret, acompañado de los párrocos, del alcalde don Juan Mireles, secretario del M. ilustre ayuntamiento y la mayor parte de la población, quienes desde las tres de la madrugada llenaban la iglesia para recoger decían las últimas bendiciones de su Padre, y seguimos su huella hasta una distancia bastante larga de esta ciudad; desde allí nos retiramos con algunas personas que por sus años, sus achaques y destinos se encontraban imposibilitados de continuar la marcha, pero según me acaba de afirmar la persona de mi confianza a quien encargué su custodia hasta la casa de aquel venerable párroco, le seguían más de cuatrocientas personas de esta feligresía, a las que, entrando juntamente con él en la iglesia les hizo un exhorto, y han estado de vuelta llorando la ausencia de tan buen sacerdote, y bendiciendo la mano de V. S. I. que tantas gracias les prodiga. ¿Y quiénes son esas gentes que le rodeaban? No crea V. S. I. que eran las que llamamos hez del pueblo, sino las primeras familias de esta ciudad, personas ancianas y delicadas, ascendiendo a más de mil; tanto que se hizo preciso la intervención de la autoridad para abrirse paso.

Por lo que toca al fruto que ha producido la santa Misión debo manifestar a V. S. I. que esta población jamás ha presenciado cosa igual: reconciliados los enemigos más encarnizados, los pecadores más obstinados penitentes, los escándalos públicos y privados cortados y expiados, los matrimonios extraviados restablecidos, las restituciones satisfechas; y ¿por qué esto? porque nada era capaz de hacer frente al fuego de sus discursos, a la dulce insinuación de sus maneras, a la energía de sus reprensiones, a la dialéctica y fuerza de sus razones. La unción de sus palabras rendía a los oyentes, y todos, aún lo más desdeñosos, derramando abundancia de lágrimas caen a sus pies. Y ¿podía esperarse otra cosa de unos trabajos sostenidos por la práctica de virtudes las más heroicas? Una caridad ardiente, un amor infatigable por los pobres, una fe viva, una humildad sin igual, una dulzura inalterable, tal es el modelo dechado que nos ha dejado el P. Claret. Después de haber pasado los días y parte de la noche en el confesionario vuela al lecho de los moribundos que a porfía le llamaban para recibir de sus manos la reconciliación: ya reúne los niños de ambos sexos para anunciarles la palabra de Dios en un dialecto inteligible a la tierna capacidad; ya enseña a los infelices que gimen bajo el azadón y a los que llevan el peso del día y la escarcha de la noche aquellas oraciones adaptadas a su razón inculta como antídoto contra la desesperación y en donde únicamente pueden encontrar la paciencia y la resignación. El culto y protección de la Madre de Dios que circunstancias azarosas han eclipsado, le despeja, le presenta bajo su verdadero punto de vista y todos le tributan homenaje como a corredentora. Si tal es el empeño que tomaba por el dogma, no lo era menos su actividad y celo por la casa de Dios como lo demuestra el respeto al templo a pesar del concurso tan numeroso que la iglesia parroquia no tenía amplitud para contenerle; y particularmente la comunión general celebrada el domingo 28 del corriente: aquí es donde al padre misionero Claret desplegó su amor por la religión; pasó recado a todos los eclesiásticos habilitados a fin de que se sentasen en sus confesionarios desde las dos de la madrugada para reconciliar a sus confesados. Efectivamente, desde las doce de la noche ya se hallaba la iglesia atestada de gente; mas no nos fue posible dar vado a tantas almas, y como entre estas se encontraban viejos y niños, se dio principio a la misa a las doce con la mayor solemnidad, y en el entretanto el P. Claret en el confesionario hasta que llegó la hora de la comunión.

De repente sale de la sacristía con cuatro niños de a ocho años coronados y vestidos de ángeles, derramando flores delante del Santísimo Sacramento con tal orden y compostura que a todos conmovió; pero cuando él con aquel semblante de paz, y los niños con su candidez cantaron algunas jaculatorias, el pueblo no pudo contenerse y prorrumpió en llanto, al instante sube al púlpito, y aquí vierte por su boca todo el amor de su corazón. Jamás, señor, he oído discurso tan tierno, tan sentimental, tan de fuego; fue preciso contener las gentes que iban a romper en vivas y aclamaciones. Concluido, baja del púlpito para servir de maestro de ceremonias, arregla los niños, dos sostienen la toalla, dos con sus velas en las manos, contuvo los primeros ímpetus de las gentes por el ansia de recibir a Dios, y ya todo bien ordenado sube nuevamente al púlpito y durante la comunión pasó en revista todo lo concerniente a tan augusto Sacramento. A las tres de la tarde concluyó la función, habiendo comulgado más de dos mil y quinientas personas, contándose entre las familias más notables de mi feligresía.

Me abstengo de presentar a V. S. I. el todo más en detalle por no cansar la atención de V. S. I. Debí pasar al momento a dar parte verbalmente; pero como se atravesaba la Ascensión de Nuestro Señor, me parece no ser justo el abandono de la parroquia en día tal, pero mediante Dios lo verificaré muy pronto, para que V. S. I. palpe los felices efectos de las santas misiones en estos pueblos abandonados.
Dios guarde a V. S. I. muchos años.

Ciudad de Telde mayo 31 de 1848. Gregorio Chil y Morales.

S. I. aún no ha recibido la relación del párroco de Agüimes; seguramente será más sorprendente que la que antecede. En esta villa las iglesias no podía contener al auditorio; fue menester predicar y celebrar la comunión general a campo raso» («El Católico», 11/08/1848, pp. 2-3).

Este buen hacer y cercanía del beneficiado servidor, tanto con su obispo como con el misionero Claret que pronto será nombrado obispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II, motivó que fuera confirmado en su beneficio, ya como párroco titular, el 14 de marzo de 1851, junto a don Cristóbal Aguilar para San Gregorio, parroquia que hacía solo un año se había desmembrado de la sanjuanera («La Esperanza», 19/03/1851, p. 2).

Por último, hay que reseñar que el P. Claret volvió a visitar Telde cien años más tarde, en mayo de 1948, eso sí, mediante una imagen suya que peregrinó por todas las parroquias de la isla como conmemoración del centenario de la misión reseñada. Esta imagen es la que actualmente está en la Basílica de Teror, no en vano es copatrono de la diócesis de Canarias junto a la Virgen del Pino, quedando en la parroquia de San Gregorio una de mayor tamaño, de taller olotino y pasta de madera.

Honra también la memoria de nuestro santo misionero la parroquia de San Gregorio con el tondo conmemorativo que en el suelo, bajo la gran cúpula de la iglesia, recuerda la presencia del misionero en tal parroquia y que se colocó tras la última gran restauración que sufrió la parroquia en los inicios del tercer milenio.

Los retablos cerámicos que desde 1998 adornan las parroquias de la isla por donde pasó el Padrito, como era conocido, tienen el defecto de recoger la imagen propia del santo con vestidura episcopal, vestidura y condición que aún no ostentaba a su paso por las islas como «mosén Claret».


REFERENCIAS

Aguilar, M. (1894). Vida admirable del siervo de Dios Antonio María Claret fundador de la congregación de los misioneros hijos del inmaculado Corazón de María. Vol. 1. Establecimiento tipográfico san Francisco de Sales, Madrid.

«El Católico», 11/08/1848.

«La Esperanza», 1/01/1849 y 19/03/1851.

«TeldeActualidad», 11/05/2022, 

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