05 enero 2025

LA LEYENDA DE DIEGO DE SILVA ¿EN GÁLDAR O EN TELDE?

La Torre de Gando en 1910 (FEDAC)

Sobre el caballero portugués Diogo da Silva de Meneses (c. 1430 – 1504) que intentó la conquista de Gran Canaria y «ganó una aldea de canarios que se llamaba Telde en la qual fizo una fortaleza» (Aznar,  1990, p. 269), se generó una leyenda sobre una de sus correrías por la isla. En la zona de Gáldar fue capturado con todos los suyos y apresado en un gran cercado por los canarios. Cuando todo parecía perdido, Diogo da Silva fue sorprendido por la inexplicable bondad del guanarteme que pactó con él una forma de dejarlos en libertad sin que supieran los aborígenes que su rey estaba en connivencia con los extranjeros.

Desgraciadamente, la leyenda fue transmitida en la historiografía canaria sin un encuadre cronológico preciso, con la progresiva adición de personajes secundarios, la teatralización con diálogos, etc., todo ello debido al mayor o menor barroquismo del escritor. Por ello, al dudarse de su veracidad, es conveniente recurrir a la más antigua de las versiones. Está recogida en la «crónica ovetense» que, todo lo indica, es la copia más cercana a la «crónica madre» de Alonso Jaimes de Sotomayor escrita entre 1477 y 1512.

«Viendo pues Diego de Herrera que allí de aquella parte de la ysla [Gando-Agüimes] no ganava nada, encargó a un caballero llamado Diego de Silba, fidalgo portugués muy onbre por su persona y de mucho gobierno y ánimo, que fuese con gente a dar sobre los canarios que asistían sobre la otra parte de la ysla do llaman Gáldar, que estavan discuydados y desapersibidos, y el buen Silva lo aceptó y estimó en mucho la merçed que el Señor Herrera le hasía de servirse de su persona y entender que en aquella ocasión era de alguna ymportancia y provecho a su servisio. El qual tomó luego dusientos onbres y se embarcó con ellos en dos navíos y fue a surgir de noche en el Bañadero y con luna que hasía. Luego que desembarcó pasó su jente en orden y dio sobre los canarios a el amaneser hasiendo en ellos tal estrago que era mucho de ver por que como les tomaron de sobresalto no pudieron los canarios resistir la furia de Silba como avían hecho otras veses y así huyeron a más andar. Más duró poco esta vitoria, porque luego los canarios apellidaron y avisaron toda la ysla y en poco tiempo se juntaron hasta seiscientos canarios y juntos bolvieron sobre los nuestros con tanto ynpetu y conraje que los conbino rretirarse y entrarse en un sercado que estaba a un lado del lugar de Gáldar a la parte donde se pone el sol, el qual era del tamaño de una gran plasa y rredondo de dos tapias de alto y pared muy ancha y de grandes piedras; el quel tenía dos puertas y entradas una frontero de otra, que les servía de haser en el justiçia de los malhechores; y teniéndolos allí sercados desíanles por señas y ademanes y también de palabra en su lengua, que ya entendían los nuestros algún tanto, que sediesesn pues sus pecados los avían traydo allí a morir, y tanbién avía algunos canarios que sabían muchas palabras castellanas aprendidas de las lenguas desde su principio de las conquistas y éstos hablavan por todos, y el Silba en esta ocasión se mostró muy animoso y esforsó mucho a sus soldados disiéndoles que no desmayasen que la causa de Dios defendían, que él bolbería por ellos y los socorrería en aquella ocasión que estaban, y tomó rresolusión con la lengua que llevaba y les habló que hablasen con el capitán o más principal dellos que diesen asiento sobre este caso y que harían lo que conbiniese a todos donde no que se dessengañasen y estubiesen siertos que ellos no se avían de rrendir sino bender su vida a presio de mucha sangre; y los canarios estaban con tanto coraje que no querían oyr la lengua sino a toda priesa matallos, mas quiso Dios que se asertase a hallar allí su rrey de los canarios que se desía Guadarteme, onbre de ánimo piadoso y rreal, el qual parasen el daño que querían haser y oyr la lengua, y luego se llegó el propio a hablar y poner en rrasón el caso con el dicho Diego de Silba por medio de la lengua, y se agradó tanto de su vista y senblante de las rrasones que el Silba le dijo que se condolió mucho del y de su jente y a el fin le dijo: «ya veys buen capitán cómo os tengo sercado y que es ynposible escapar ninguno de los que aquí están con vida por más que os defendáis, mas quiero que conozcáys que soy rrei y que el daño que a mi jente avéis hecho, y aunque pudiera en esta ocasión tomar bastante y justa bengança, de tu atrebimiento, no quiero otra bengança de ti no que llebes que contar a quien te ynbió y que le digas la bondad que en mí hallastes y dame fee y palabra de la seguridad que mi voluntad merese que yo consintiré ponerme en vuestro poder sin que los míos lo entiendan, y como me tengáis en él publicaréis que me avéis de matar sino os dejan yr libremente, y con esta yndustria escaparéis del furor de mi jente por que de otra manera será ynposible escapar uno sólo de sus manos». Y el capitán Silba le besó las suyas y estimó tal merced y piedad en lo que era rrasón y él hiso juramento y promesa de toda la seguridad; y así con esta confiança el Guadarteme se puso de modo que llegaron y le prendieron y quedó en poder de los nuestros, mas los canarios acudieron en un punto con tanta furia y coraje apellidando; ¡traisión!, en altas bozes, saltando algunos con sus lansas dentro del sercado donde hisieran grande estrago a los nuestros, sino temieran herir o matar a bueltas a su rrey, y tanbién pararon en ello por que su propio rrey asido de los nuestros por seña y a bozes les dijo que se apartasen y sosegasen por que le querían soltar y no hasían mal ninguno más de pedir que los dejasen yr libremente, y con mucha fieresa les dijo que a quien se desmandase y tirase lanças, con lo quel rreportaron los canarios con el deseo que tenían de ver a su rrey libre, y a el fin se consertó que diesen rrehenes los nuestros para dejar a el rrei libre y sin daño alguno para que los dejasen yr libres a enbarcarse, y con esto el rrey propio los sacó y los llevó a enbarcar a sus navíos que estaban casi a una legua de camino por una sierra muy alta y agraria [¿agraz? ¿agria?], la qual hasta oy se llama y se llamará del Puerto de Silva, y los enbarcó y no se apartó dellos hasta que todos estaban enbarcados, y se despidió de Diego de Silva y de los demás con semblante rreal y amoroso, y ellos le echaban mil bendisiones como a quien les abía dado la vida a todos y el Guadarteme se bolvió adonde estaban los suyos, los quales se alegraron mucho con él y largaron los rrehenes sin saber ni aber entendido la bondad que su rrey avía usado con el capitán Silva y su jente» (Morales, pp. 116-119).

Como ejemplo de la distorsión posterior, ya en la «relación de Cedeño» (s. XVII), se relata con nuevos añadidos: desembarcaron en la costa del Aumastel; subieron a un alto cerro que dicen los Palmitares y le prendieron fuego para descubrir camino; la intérprete o lengua que intermedia se identifica con una neófita aborigen María Taçirga; el pacto con el Guanarteme conllevó su conversión y bautizo como Fernando (sabemos que su bautizo fue en la península en 1482) y, por último, el regreso a los barcos se realiza por un sendero por el que podían ser precipitados a traición en cualquier momento (la denominada Cuesta de Silva), protegidos por los propios aborígenes que les ofrecen sus brazos para asirse como garantía de que no sería así (Morales, pp. 346-349).

Por si fuera poco, resta aún más credibilidad a esta historia que su trama es la misma que también se aplicó al conquistador portugués Fernando de Castro en sus intentos de ocupación de las isla de la Gomera en 1424 (Serra, pp. 33-34). De la misma manera se vio atrapado con los suyos por los gomeros y liberados por la bondad de su caudillo. No obstante, no sólo desconocemos la autenticidad de la narración, sino también si fue extrapolada de las hazañas de Fernando de Castro (1424) a Diogo da Silva (1459 en adelante) o viceversa, habida cuenta de su transmisión por cronistas de los siglos XVI y XVII informados por la tradición oral.

La clave que nos aporta Serra al sostener que esta leyenda «acaso tenga algún fundamento real en algún episodio de paz y concierto entre invasores y nativos» (Serra, p. 34), conjuntamente a la toponimia de la isla de Gran Canaria, puede llevarnos a encontrar el pozo de realidad que tiene toda leyenda si la encuadramos geográficamente en Telde y no en Gáldar.

Más allá de que el portugués usurpase la Torre de Gando y se asentase, incluso, dentro de Telde con la ayuda de Pero Feio, es en la costa teldense donde encontramos un «barranco, playa y montaña» que se llaman de Diego de Silva porque por ellas anduvo el luso «unos treinta años de la conquista» (Hernández, p. 338). A partir de este dato, si este fuera el puerto de la leyenda, cabría preguntarse entonces por «el Bañadero» que, por el contrario, relacionamos sobre la marcha con la costa de Arucas, no con la teldense.

Sin embargo, al tener en cuenta que «bañadero» era como se conocían las charcas naturales donde los aborígenes solían tomar sus baños, podríamos pensar que refieren a la charca de Salinetas, vecina a la playa de Silva. La idea no es descabellada si atendemos a «cómo en 1533, Blas Díaz, vecino de Tenerife, suscribe una escritura (AHPLP, P. 741-137) con Cristóbal García, mayordomo de la Iglesia de San Juan de Telde, para traer 80 carros de madera de castaño de Galicia a los puertos de Melenara o del de Bañaderos, en Telde, para la iglesia de San Juan y otra cantidad para el propio Cristobal García de Moguer» (Pérez, p. 24). Así, un puerto «de Bañaderos» era muy cercano al de Melenara (¿Salinetas?) y propio de la costa teldense.

Por otro lado, si aquí desembarcó y comenzó sus correrías barranco arriba, pronto se tropezaría con los poblados de las Cuevas de Jerez, Cuevas de Calacio, Montaña Bermeja (Cuatro Puertas), etc., por cuyos habitantes se pudieron ver atrapados al ser socorridos, además, por los cercanos canarios de otras poblaciones (El Melosal, El Draguillo, Aguatona, Montaña Las Huesas, Tufia, etc.). Puede ser esta la subida hacia el alto cerro que relata Cedeño y que también refrenda la toponimia teldense del s. XVI, no sólo con la Montaña de Silva (Hernández, p. 338), sino también porque de una de las datas de los repartimientos de Gran Canaria sabemos que se localizaba «adelante del barranco de Diego de Silva hazia Agüimes las quales dichas tierras son y comiençan desde la Atalaya hasta llegar a las tierras de Gonçalo Pérez que están a la banda de abaxo en que podrían aver çinquenta hanegadas de sembradura poco más o menos» (Ronquillo et Aznar, p. 119). A los pies de la atalaya reseñada se encuentra aún hoy el Llano de Silva. 

También, como hemos visto, fueron retenidos en un cercado o plaza circular amurallada que cree el cronista que usaban para hacer justicia. Esta estructura a modo de corral de piedra seca podría ser uno de los goros que construían los aborígenes. El gran tamaño del relatado, capaz de mantener apresadas a varias personas, bien pudo ser la característica del que dio nombre a la zona teldense de El Goro y del que, todavía en el siglo XX, se pensaba que era donde los aborígenes encerraban a sus mujeres adúlteras para dejarlas morir (Hernández, p. 321). De la misma manera, un gran cercado de piedra eran las denominadas santidades de los aborígenes, «donde se acogían en tiempo de guerra» (Aznar, 1981, pp. 237-238), lo que nos lleva a pensar en la cercana «Montaña de la Santidad», barranco de Silva-Cazorla arriba. Una vez más, la toponimia cercana al barranco de Silva acude a refrendar la revisión de la leyenda.

El cronista la encuadró en tiempos de amistad entre Diego de Herrera y Diogo da Silva, además de antes de ser construida la torre de Gando. La revisión histórica (Bonnet, Rumeu, etc.) no admite relación alguna de amistad entre ambos previa a la construcción de la torre de Gando por el primero, ni a la dejación de Portugal de la conquista de la isla. Por lo tanto, la leyenda podría estar narrando algo acontecido en «una segunda estancia en el Archipiélago, posterior a 1465» (Rumeu 1975, p. 84) en la que ya le acompañaba Diego de Herrera, entonces ya su suegro. Por tanto, la leyenda podría haber nacido como narración de los intentos de recuperación de la isla, de la misma torre de Gando, que había sido asaltada y usurpada por los aborígenes. Esto explica, quizá, el desembarco en la playa de Silva y no en la de Gando.

Sin embargo, en este segundo periodo ya no habría «encontrado bondad alguna», siguiendo la crónica, en ninguno de los guanartemes y guayres de la isla que se han sentido traicionados por los que, en nombre de Herrera, custodiaban las plazas ganadas en la isla. El cronista, a lo largo de todo su escrito, desconoce (u oculta interesadamente) que Diego de Silva llegó a las islas en nombre y beneficio de Portugal, en contra de Diego de Herrera. Del mismo modo, sitúa la construcción de la Torre de Gando tras la amistad entre ambos. Por lo tanto, la leyenda tendría su pozo de realidad, si lo tiene, en alguna de las intentonas de Silva por usurpar la torre de Gando al señor de las islas en nombre de Portugal, aproximadamente entre 1459 y 1462. Este hecho también explicaría tanto el desembarco en la playa de Silva, ocultos de Gando, para caer sobre los de Herrera de improviso.

En definitiva, si todo ocurrió en Telde y no en Gáldar, el guanarteme o, mejor dicho, el guayre que tuvo de él misericordia pudo ser Maninidra (Chil, p. 566), habitante de la cercana Tufia que ostentó el título de guanarteme de Telde en su lucha contra el usurpador Doramas (Marín, fol. 97) y que era pariente del guanarteme de la leyenda, Fernando (Rumeu 1975, p. 152 y 190), lo que facilitaría la confusión en la leyenda. Desde tal poblado, bien pudo acercarse al cercado donde estaban encerrados los de Silva (El Goro), bien pudo serle presentado en su hogar el capturado, pactándose allí su liberación.

El regreso al puerto que relatan por «una sierra muy alta y agraria», (la denominada Cuesta de Silva guiense), pudo llevarse a cabo por el camino que discurre sobre los acantilados entre el morro de Tufia y la playa de Silva, morro y acantilados de considerable altura desde los que cualquiera de ellos pudo haber sido precipitado al mar, casualmente, la forma habitual en que los aborígenes ajusticiaban a los traidores (Marín, fol. 80, n. 130). Todavía en la cartografía actual este recorrido atraviesa la denominada Finca de Silva.

El sendero entre el Morro de Tufia y la playa de Silva (Fotografía del autor)

Obviamente, sabemos que Diogo de Silva prosiguió sus intentonas y consiguió usurpar la Torre de Gando a Diego de Herrera y tomar la población de Telde, sin contar ya con bondad alguna de los canarios. En las crónicas, en una de estas escaramuzas ya como yerno de Diego de Herrera, al haber quedado apresado Fernando Guanarteme, Diogo da Silva pide a su suegro poderlo liberar en recuerdo de cuando este le perdonó su vida. Curiosamente, los cronistas recogen este episodio añadiendo junto a Fernando Guanarteme la presencia de Maninidra (Abreu, p. 73). La fuente común de todos ellos, Abreu y Galindo, debió contrastarlo así en su investigación del pasado. 

Maninidra, efectivamente, no fue apresado (o retenido) por los de Herrera, pues destacará posteriormente por su lucha contra Juan Rejón, por su rendición ante Pedro de Vera y posterior transformación en la mano derecha de Alonso de Lugo en las conquistas de Tenerife, La Palma y la costa de Berbería donde murió alrededor de 1500.

La extraña misericordia manifestada por el guanarteme que, además, no quería que la conociesen sus súbditos porque no entenderían su connivencia con los extranjeros, puede ser un indicador de su mayor grado de aculturación o cristianización. De hecho, muestra su ánimo de no devolver mal por mal (no vengarse) pidiendo a Silva que refiera a su señor la bondad que él está mostrando. No podemos olvidar que la aculturación de los aborígenes canarios era mayoritaria en la zona teldense gracias a la labor iniciada por los misioneros mallorquines y catalanes en el siglo XIII y proseguida por los normandos Jehan Le Verrier y los franciscanos de Fuerteventura por lo menos hasta su martirio en 1424, casualmente acompañando a otro luso, Fernando de Castro, en su intento de tomar la isla (Alonso). No en vano, ya la bula de creación del obispado de Fuerteventura de 1423 recoge expresamente la existencia de convertidos en algunas partes de Gran Canaria.

Esta labor de avanzadilla evangelizadora, de aculturación, fructificó en 1461 con el tratado de vasallaje y amistad firmado entre los régulos de la isla y Diego de Herrera (Rumeu 2001, p. 148), con la presencia del obispo de Rubicón Diego de Illescas. Este hecho coincidió, además, con las nuevas relaciones entre Herrera y Silva, ahora familia, que pusieron fin a la hostilidad del luso que, hasta el momento, le había usurpado la torre de Gando, tomado el núcleo teldense donde hizo una fortaleza, casa de oración, etc. (Hernández, pp. 295-298; Rumeu 2001, pp. 149-154).

Para terminar, en aras a dar mayor verosimilitud a la leyenda situándola en tierras teldenses, debemos atender a la propia plausibilidad geográfica. De esta manera, si desembarcaron en el Bañadero (Arucas) y subieron hacia la sierra interior (¿Trasmontaña?) muy difícilmente pudieron verse encerrados casi sin darse cuenta en el cercado que se refiere estaba en el núcleo de Gáldar. No obstante, aunque por esos lares llegaran hasta dicha población, es curioso que los aborígenes los hagan regresar por la Cuesta de Silva a embarcar en la actual playa de San Felipe, ya no en Bañaderos donde habían fondeado. Quizás por esta inconsistencia con respecto a ambos puertos y por el mismo significado de «bañadero» para los aborígenes, las siguientes crónicas hablan para el atraque de la región del «Aumastel». En este sentido, si desde el principio desembarcaron por San Felipe y por allí se adentraron a la alta sierra (¿Montaña del Gallego?), ellos mismos son los que subieron y abrieron el camino (¿Cuesta de Silva?) que luego les pareció peligroso y desconocido.

Es cierto, sin embargo, que el 7 de marzo de 1512 tenemos referencia a un puerto de Diego de Silva en la zona de Lairaga mediante la cesión de aparcería que hace Pedro de Jaén a Cristóbal de Alcalá para sembrar de cañas ciertas tierras de regadío en Lairaga, «debajo del puerto de Diego de Silva» (AHPLP, f. 31). No obstante, con la expresión «debajo», más bien parece referir a un puerto de montaña que a uno marítimo. 

Por otro lado, la plausibilidad geográfica en Telde es patente. Desembarcan por el Bañadero (la charca de Salinetas), se adentran por el barranco de Silva que va ascendiendo hasta la atalaya que conforman la Montaña Bermeja (Cuatro Puertas) y las vecinas de Águeda, Gallego, etc. Son sorprendidos por muchos canarios, no en vano es una zona con una alta concentración de poblados aborígenes (ya citados), siendo repelidos. Es en la retirada cuando se ven atrapados en el gran corral que sin duda existió en la cercana llanura para ser denominada El Goro o, por otro lado y por el mismo motivo, la Montaña de Santidad. Si el pacto fue con Maninidra, habitante de Tufia, bien pudieron regresar por ahí con él y sus súbditos, al mismo puerto de inicio, no sin el peligro de ser precipitados.


A modo se conclusión, se puede sostener que la tradición oral armó la leyenda con algunos datos verídicos confundiendo los topónimos Gando y Gáldar y, sobre todo, al régulo al que se referían dada la importancia que supuso la conversión de Fernando Guanarteme para la conquista realenga de Gran Canaria. 

Del mismo modo, al calor de la transformación de la leyenda, se fueron creando los topónimos en la costa de Arucas y la de Guía, de manera sobrevenida, no así los que de siempre existieron en Telde.

Reseña de la toponimia relativa a Silva sobre mapa de la zona (GRAFCAN)

La leyenda de Diego de Silva forjada en torno a Gáldar pudo arrancar en torno a una de sus correrías en Telde, como ya sostuvo Bonnet con respecto a la etimología del Valle de los Nueve (Suárez, pp. 24-26), intentando tomar la Torre de Gando herreriana en nombre de Portugal (1459-1462). Los aborígenes, en esos momentos, son favorables a la presencia castellana comercial y evangelizadora, por lo que se asegurarían de evitar la intromisión lusa quizás, en un primer momento, mostrando su mejor cara.


REFERENCIAS

AHPLP. Protocolos Notariales. Escribano Alonso de Herrera. Santa María de Guía. 1509-1524. [Signatura: 003764422/31].

Alonso Morales, E. C. (2023). Vida del bienaventurado Jehan Le Verrier, capellán de Jehan de Béthencourt y fervoroso apóstol evangelizador de las ínsulas de Canaria en el primer cuarto del siglo XV, deán y coadjutor del obispo de la diócesis rubicense. Imprenta online S. L. U. Zaragoza - Telde.

Abreu y Galindo. J. (1848 [1632]). Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria. Imprenta, litografía y librería Isleña. Santa Cruz de Tenerife.

Aznar Vallejo, E. (1981). Documentos canarios en el Registro del Sello (1476-1517). Instituto de Estudios Canarios. La Laguna.

Aznar Vallejo, E. (ed.). (1990). Pesquisa de Cabitos. Cabildo Insular de Gran Canaria. Madrid - Las Palmas de Gran Canaria.

Bonnet Reverón, B. (1946). «Diego de Silva en Gran Canaria (1466-1470)» en El Museo Canario, núm. 20, pp. 1-26.

Chil y Naranjo, G. (1876). Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias. Vol. 3. D. Isidro Miranda, impresor-editor. Las Palmas de Gran Canaria.

Hernández Benítez, P. (1958). Telde, sus valores arqueológicos, históricos, artísticos y religiosos. Talleres tipográficos de imprenta Telde. Telde.

Marín de Cubas, T. (1993 [1694]). Historia de las siete islas de Canaria. Canarias Clásica. La Laguna.

Morales Padrón, F. (ed.). (1993). Canarias: crónicas de su conquista. Cabildo Insular de Gran Canaria. Madrid - Las Palmas de Gran Canaria.

Pérez Aguado, L. (1982). La caña de azúcar en el desarrollo de la ciudad de Telde (siglo XVI). M. I. Ayuntamiento de Telde. Las Palmas.

Ronquillo Rubio, M. et Aznar Vallejo, E. (eds.). (1998). Repartimientos de Gran Canaria. Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria.

Rumeu de Armas, A. (1975). La conquista de Tenerife. 1494-1496. Aula de Cultura de Tenerife. Madrid.

Rumeu de Armas, A. (2001). El obispado de Telde. Misioneros mallorquines y catalanes en el Atlántico. M. I. Ayto. de Telde. Madrid-Telde.

Suárez Alejandro, P. (1998). Valle de los Nueve. Aproximación histórica de un barrio. M. I. Ayuntamiento de Telde. Telde.

31 diciembre 2024

TELDE SEGÚN LE CANARIEN

Vista de Cendro en 1939 (FEDAC)

La crónica que escribieron los capellanes de la conquista normanda al calor de los hechos vividos, conocida como Le Canarien, nos ha llegado trastocada en dos versiones según quisieran ensalzar el papel de uno u otro conquistador. 

De esta manera, la versión G (compuesta en torno a 1420) es la que más se acerca a la realidad de lo acontecido aunque, no obstante, busca ensalzar el papel de Gadifer de la Salle. Por otro lado, la versión B (compuesta en torno a 1490) fue mucho más adulterada por los descendientes del mismo Jehan de Béthencourt a quien, obviamente, ensalzaban como el único conquistador de las islas, relegando al anterior a un papel casi secundario. 

En lo que a Telde se refiere, podemos atender a los siguientes capítulos, contrastando ambas versiones a la par:


Lo primero que llama la atención es que el vocablo Telde, aún en el francés original de la redacción, se escribe tal cual aún hoy lo conocemos. De hecho, es la primera vez en la historia que así se refleja (recordemos que el obispado de Telde no era tal, sino de Telda). No ocurre así lo mismo con Agüimes o Arguineguín que, por consiguiente, eran lugares menos referidos por esos exploradores anteriores que los cronistas citan como fuente de información. Lo mismo ocurre con el desconocimiento de los topónimos Gando, Guiniguada y otros que podrían ser los lugares visitados según las distancias que se aportan.


Es en Telde donde parecen encontrar mejor acogida por los aborígenes, es más, es donde buscan refugio tras verse fuertemente repelidos en Arguineguín o no poder hacer aguada en otras partes, suponemos que el Guiniguada o Juncaillo del Sur. Quizás, los canarios que han recibido la fe, los acojan y sirvan de intermediarios ante los demás, permitiéndolos adentrarse en la misma Telde actual, barranco arriba, hasta las cercanías de las actuales Tara y Cendro.

Parece que Gadifer la ha visitado en varias ocasiones, sabe que es una zona abierta, llana, dividida en dos por un río. Sin saberlo, está legando la primera descripción de lo que fue el núcleo original del Telde actual con los barrios de Tara y Cendro en cada uno de los márgenes del río. Este río transcurría por el Barranco Real hasta su desembocadura en la zona de La Restinga (con sus yacimimentos arqueológicos), zona en la que era navegable tierra adentro con las barcazas citadas. Este era el puerto de Telde (Alonso, 2018), cuya existencia también conocen y distinguen del otro en el que han atracado y que la historiografía suele identificar con el de Gando.

Yacimiento de la Restinga en la playa de Bocabarranco, el puerto de Telde (Fotografía del autor)

Quizás, al calor de los textos y la pronta presencia de tantos aborígenes ante el desembarco, pueda tratarse más bien de otro puerto, el que conformaría la ensenada de las playas de Silva, Aguadulce y Tufia, zona bastante poblada en la época, no así Gando. Traemos a colación los poblados adyacentes de Tufia, el Goro, Las Huesas, Cuevas de Jerez, Montaña Bermeja (o Cuatro Puertas), etc.
Si tenemos en cuenta que todavía el 29 de enero de 1517 toda la ensenada de Gando se entendía como parte del señorío episcopal de Agüimes y que sus obispos establecía uno de los límites de su señorío en lo que parecen describir como Tufia, la playa del barranco de Silva, precisamente luego nominada así por el uso como puerto que le dio el hidalgo portugués, pudo ser el lugar que realmente citan los normandos como puerto entre ambas regiones, creando así el precedente al portugués citado y a los propios obispos en su señorío.

«Indicó, además, que el gobernador Lope de Sosa, aparte de lo contenido en la sentencia, repartió ciertas tierras y un ingenio que está más cerca de Agüimes que la casa y huerta edificada por don Diego de Muros en el Carrizal (…) lo que prueba que aquéllas también están fuera de realengo y que Agüimes tiene términos, los cuales existían ya en tiempo de los canarios, aunque no hubiese memoria de ellos por ser la villa más antigua que la ciudad de Las Palmas, y que Antonio Torres los había hallado, aunque algunos testigos pensaron que eran atalayas de pescadores y otros sepulturas de canarios. (…). A raíz de la apelación (…) Enrique Yañes afirmó, en nombre de la isla, que no existían tales límites, ya que los mojones se trataban de una santidad donde los canarios se acogían en tiempo de guerra, como las había en muchos lugares de la isla, y dado que dicho lugar era una aldea de la ciudad de Telde, donde residía el rey de la isla» (Aznar, pp. 237-238).

Estos mojones que se interpretaron como atalayas de pescadores y tumbas de canarios (¿Tufia?) y como una «santidad» (¿Montaña de la Santidad?), marcaron la frontera Norte del señorío de Agüimes con Telde, línea divisoria que luego fue retrotraída al barranco de Aguatona-Draguillo. En este sentido, entendiéndose santidad como corrales en los que realizaban sus rituales (http://toponimograncanaria.blogspot.com/2012/09/santidad-llanos-y-montana-de-la-san.html), podríamos ver también en ella el propio corral que sigue observándose en el yacimiento de Tufia o el desaparecido que tuvo que dar lugar al topónimo El Goro, trazándonos igualmente la frontera norte citada hacia la esquilmada Montaña de la Santidad por las de Montaña Bermeja, Águeda, etc. 

Panorámica del Morro de Tufia desde la playa de Silva (Google Maps)

La identificación que proponemos con Tufia se sostiene, además, por ser reconocida sin lugar a dudas como población de Telde ya en el siglo XVI y por ser residencia posteriormente no de un rey de la isla, sino del guayre Maninidra, cuya fama se acrecentó una vez que, cristianizado, intervino en las conquistas no solo de Gran Canaria, sino también de Tenerife, La Palma y hasta de Berbería.

En resumen, lo que traslucen ambos textos, es que Gadifer y compañía fueron bien acogidos por los aborígenes de la zona teldense dado que, en principio, no han mostrado más ánimo que el exploratorio y evangelizador. Sin duda alguna, explica esta actitud de los aborígenes su mayor grado de aculturación fruto de la labor de los misioneros que desde la Corona Aragonesa llegaron y cuyo testamento, además, les permiten recoger a los capellanes de la expedición, quién sabe, si en la denominada todavía hoy «Cueva de los Papeles», una de las del yacimiento de Montaña Bermeja, dado que no parecen haberlo encontrado en la misma Telde que sí visitan por dos días consecutivos en su segundo viaje. No obstante, de haberlo recogido en la actual Telde, lo harían en la cueva ermita en la que se juntarían los  eremitas misioneros desde sus cuevas-celdas para las celebraciones comunes.

Si bien estos misioneros fueron asesinados seguramente tras la razzia vasco andaluza de 1393 (Bonnet), sin que nada se diga de ser arrojados a la sima (invención y confusión de la historiografía canaria posterior), el camino hacia una convivencia pacífica había quedado abierto y el pozo del cristianismo en algunos de ellos.

Si efectivamente no llegó a plasmarse la idea de asentarse en ella, aprovechando la plausibilidad comprobada, para desde ella proseguir conquistando la isla, hecho que deja entrever una división entre los de Telde y los de otros bandos de la isla, es por el regreso a Francia de Gadifer enfrentado a su socio Béthencourt. 

Telde sí seguirá siendo el centro de acogida de los nuevos refuerzos misioneros que llegarán de la mano del obispado de Rubicón, en esta ocasión, por medio de su deán y administrador Jehan Le Verrier y los franciscanos de Fuerteventura (Alonso, 2023). Estos nuevos misioneros serán igualmente martirizados, probablemente, durante el intento de ocupación lusa llevada a cabo por el capitán portugués Fernando de Castro en 1424. Su martirio se produjo desde el Salto del Castellano (actual Mar Fea), la «alta peña que va para el mar» (Bonnet, p. 296) hecho que también fue confundido y recreado por la historiografía canaria al ser, además, rápidamente acallado para evitar la reclamación portuguesa sobre la isla. Tan confundido y recreado quedaron los martirios hasta aquí reseñados que todavía en el siglo XXI era creencia común que la Sima de Jinámar tenía conexión con el mar a la altura de la Mar Fea.


REFERENCIAS

Alonso Morales, E. C. (2018). «Acerca del Puerto de Telde, de cuando la Historia atracó en nuestra ciudad» en Guía Histórico Cultural de Telde, núm. 27, pp. 25-30.

Alonso Morales, E. C. (2023). Vida del bienaventurado Jehan Le Verrier, capellán de Jehan de Béthencourt y fervoroso apóstol evangelizador de las ínsulas de Canaria en el primer cuarto del siglo XV, deán y coadjutor del obispo de la diócesis rubicense. Imprenta online S. L. U. Zaragoza - Telde. 

Aznar Vallejo, E. (1981). Documentos canarios en el Registro del Sello (1476-1517). Instituto de Estudios Canarios. La Laguna.

Bonnet Reverón, B. (1941). «El testamento de los trece hermanos» en Revista de Historia, núm. 55, pp. 288-305.

Serra Ráfols, E. et Cioranescu, A. (eds.). (1959). Le Canarien. Crónicas francesas de la conquista de Canarias. Vol. 1. Introducción. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna.

Serra Ráfols, E. et Cioranescu, A. (eds.). (1960). Vol. 2. Texto de Jean de Béthencourt. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna.

Serra Ráfols, E. et Ciorenescu, A. (eds.). (1964). Vol. 3. Texto de Gadifer de la Salle. Apéndice e Índice. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna.

23 diciembre 2024

LA NAVIDAD EN TELDE ALLÁ POR EL SIGLO XVII

Talla del Niño Jesús del Facistol (s. XVII) (Rodríguez, s/p)

El tiempo de Navidad, con su respectivo tiempo de preparación de Adviento, fue enriqueciéndose culturalmente en nuestro ciudad con diversas tradiciones que no solo provinieron del ámbito peninsular como sus primeros repobladores, sino también por el intercambio comercial con las Indias, regiones europeas como Flandes y África.

Centrada la solemnidad en torno al 25 de diciembre con la asistencia a la misa del Gallo tras una opípara cena de nochebuena, costumbre culinaria que fue abriéndose paso en las casas de los miembros del estamento privilegiado, la alegría de las pascuas se alargaba hasta la solemnidad de la Epifanía con la participación cada vez más festiva de todos los teldenses.

Entre 1685 y 1692 quedan anotadas en la sección de Cuadrante y Colecturía del archivo parroquial de San Juan las siguientes celebraciones navideñas. 

«En 1 de enero, procesión de la Circuncisión de Nuestro Señor, con un coste de 16 reales y se iba por las calles. 
En 6 de enero, procesión y misa con ministros de La Epifanía, hecha por los cofrades, su costo era de 22 reales y discurría por las calles. En ocasiones se la denomina como Fiesta de los Reyes o procesión de los Reyes Magos y en 1657 se hace alusión a ella como la Fiesta de los Morrenos (sic) y es en la única ocasión que se menciona su recorrido concreto, ya que discurría por la calle de La Cruz y regresaba a la iglesia por la calle de Diego Díaz» (Acosta et Rodríguez, p. 43).

La del inicio del año, a partir de 1700, se comenzará a denominar del Dulce Nombre de Jesús y se la hará coincidir con la procesión de La Epifanía (Acosta et Rodríguez, p. 45), suponemos que por ahorrar costes en tiempos críticos. Esta «se solemnizaba por las calles (…) saliendo el Beneficio con cruz alzada y cantando el «In nomine Jesu» (Hernández, p. 227), a saber, los versículos décimo y undécimo del capítulo segundo de Filipenses.

Así, por las calles adyacentes a la actual basílica de San Juan Bautista transcurría la comitiva religiosa entonándose «in nomine Iesu, omne genuflectatur caelestium terrestrium et infernorum et omnis lingua confiteatur, quia Dominus Jesus Christus in gloria est Dei Patris. Domine Dominus noster quam admirabile est nomen tuum in universa terra. Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc et semper, et in saecula saeclorum. Amen.
[Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén]

De esta manera la procesión del día uno de enero transcurriría con el aire solemne que imprime este canto en tono gregoriano [puede escucharse en https://youtu.be/rdpZObmllDU?si=fCl2wtsv5QnucpGF], relegándose otro tipos de cantos y bailes más festivos para la fiesta de los Reyes Magos.

Con respecto a esta, además de una procesión de similares características a la del día primero, se llevaban a cabo por la tarde «autos sacros que tenían como argumento la Adoración de los Santos Reyes» (Hernández, p. 227) y que, probablemente, sean un antecedente del que todavía conserva y celebra la Villa de Agüimes. En nuestra ciudad todavía se llevaba a cabo en la parroquia durante la primera mitad del siglo XX ante un nacimiento compuesto por las imágenes con las que contaba la iglesia, aunque no fueran las propias de un belén, en un portal efímero creado justo delante del políptico flamenco del retablo principal. Así, por ejemplo, la talla de San José, obra de Luján Pérez, se desprendía de su Niño que, recostado en el pesebre, era arropado por la Virgen (representada por una de las otras dos Marías de la imaginería de Semana Santa), todos ellos entre una mula y un buey de cartón. 

Auto de los Reyes Magos en la parroquia de San Juan Bautista de Telde
Años 1940-1950 (FEDAC)

Volviendo al siglo XVII, esta Fiesta de los Morenos, tomó su nombre por la intervención en ella de danzantes, generalmente, negros (de la población esclava africana traída como mano de obra para los ingenios azucareros teldenses). Estos, como en casi todas las procesiones de la parroquia, eran contratados para bailar abriendo paso a la procesión y acompañándola en todo su recorrido. Estas danzas, además, estaban amenizadas por el sonoro cascabeleo de los que llevaban enlazados en muñequeras y tobilleras (Hernández, p. 226).

En la misma época, se llevaban a cabo procesiones similares en los virreinatos españoles en América, lo que nos ayuda a imaginarnos lo que ocurría en la parroquial teldense. «La procesión que hacen los morenos el día de la Epifanía y pascua de los Santos Reyes Magos no es nada inferior a la de los indios, en la cual, fuera de los pendones, suelen sacar en trece pares de andas todo el nacimiento de Nuestro Redentor. Va en unas el pesebre con la gloria, en otras el ángel que da la nueva a los pastores, y en otras varias pasos de devoción, y por remate, los tres santos magos que siguen la luz de una grande estrella, que va delante, de mucho lucimiento» (Ovalle, p. 224).

No hay constancia de tal despliegue de imaginería procesional en nuestra parroquia. En ambas solemnidades, probablemente, sería procesionado sobre unas pequeñas andas la talla del Niño Jesús «que estuvo primitivamente sobre el facistol del coro de esta iglesia, en la que se cantaban vísperas, hasta hace poco, diariamente» (Hernández, p. 111). Este Santo Niño se puede venerar hoy en la capilla de San José tras la intervención realizada en 2012 por la restauradora Beatriz Galán.

Por otro lado, cabe destacar la aportación flamenca a la Navidad teldense pues el retablo escultórico que ya obraba en la parroquia desde el siglo XVI muestra todas las escenas de la Navidad, representando en su panel central el nacimiento del Niño Jesús en el portal de Belén. Fue para los teldenses que lo admiraban en su parroquia el mejor precedente de los nacimientos o belenes que progresivamente, ya con la dinastía borbónica y reminiscencias napolitanas, se generalizarán en las casas durante el siglo XVIII.

Pormenor del retablo gótico flamenco, escena de la Natividad (Falcón, s/p)

En este sentido, no podemos obviar el papel fundamental que jugó san Francisco en la institución del pesebre navideño desde el s. XIII. Sus hijos del convento franciscano de nuestra ciudad habían creado en su claustro una capilla intitulada al Dulce Nombre de Jesús. En ella, desde 1626, se llevaban a cabo diversos actos solemnes cada uno de enero, a saber, misa cantada (con Vísperas en la tarde anterior) y una procesión claustral, todo ello por voluntad del regidor de la isla Juan Tello (Suárez, p. 285). 


REFERENCIAS

Acosta Brito, C. R. et Rodríguez Calleja, J. E. (1999). El Archivo parroquial de San Juan Bautista de Telde. Cabildo Insular de Gran Canaria. Telde.

Falcón, R. (2024). «El retablo flamenco de la Basílica de San Juan de Telde es considerado una joya a nivel mundial» en «Canarias7», 9/05/2024, https://www.canarias7.es/canarias/gran-canaria/telde/retablo-flamenco-basilica-san-juan-telde-considerado-20240509174551-nt.html
[consultado el 23/12/2024].

Hernández Benítez, P. (1958). Telde (sus valores arqueológicos, históricos, artísticos y religiosos). Talleres tipográficos de Imprenta Telde. Telde.

Ovalle, A. de. (1888). Histórica relación del Reino de Chile. Vol. 2. Imprenta Ercilla. Santiago de Chile.

Rodríguez, A. (2012). «Telde restaura la talla del Niño del Facistol» en «La Provincia», 8/08/2012, https://www.laprovincia.es/gran-canaria/2012/08/08/telde-restaura-talla-nino-facistol-10523009.html [consultado el 23/12/2024].

Suárez Quevedo, D. (1992). «El convento franciscano de Telde (Gran Canaria). Notas para la historia de una institución desaparecida» en Revista de Historia Canaria, núm. 176, pp. 277-310.

02 diciembre 2024

DEL OBISPADO DE TELDE QUE NUNCA FUE


Escudo de la ciudad de Telde
(https://simbolosdecanarias.proel.net/index.php/esp/islas/gran-canaria/telde)

La radicación de la diócesis «teldensis» en lo que hoy es nuestra ciudad, fruto de la labor investigadora de Rumeu de Armas, fue rápidamente cuestionada. Ya en 1992 el investigador franciscano García Santos concluía, entre otras cosas, lo siguiente:

«No veo muy clara la ilación entre fray Bernardo y fray Bartolomé con fray Bonanat y fray Jaume, obispos teldenses, a pesar de que la bula de fray Bonanat hable de dos antecesores suyos con estos nombres, pero la bula no dice que fueran frailes. Creo que se trata de otra diócesis, aunque coincidan los nombres de Bernardo y Bartolomé con los obispos «in Insulis Fortunatis» del mismo nombre.
Es my difícil identificar «episcopus teldensis» con «obispo de Telde» para significar la población sureña de Gran Canaria; los datos referentes a Canarias, de los que la bula no hace mención, el silencio absoluto en un tema eclesial tan importante y la historia que conocemos de la Iglesia en Canarias no ofrecen a mi juicio pruebas suficientes a esta tesis.
Apunto una posible solución, no necesariamente contrapuesta:
a) Un obispado titular (cuya ubicación desconocemos) pero con el encargo de misionar en Canarias, algo parecido a lo que más tarde fue el obispado libariense de fray Alonso de Sanlúcar y fray Juan de Baeza.
b) Localizar este obispado en el continente africano y más concretamente en Tagaost, incorporando eclesiásticamente a Canarias lo que, políticamente, era una realidad» (García Santos, p. 79).

Canaria y sus islas: las islas Canarias, las islas de Canaria

Esta «realidad política» es la que no debemos dejar de tener en cuenta. En la geografía histórica de nuestro archipiélago no se pueden confundir «Canaria» y «las islas Canarias». La primera es una región más o menos amplia del continente africano y, la segunda, una de sus partes, el archipiélago más grande y cercano a su costa. De esta manera es como se debe entender en las fuentes históricas medievales y modernas las expresiones «Canaria» e «ínsulas de Canaria» (las segundas como una parte, una «propiedad», de la primera).

Ahondando en el tema desde la etimología, precisar el origen del término «canaria» no es tan fácil ya que la historia nos ha legado dos posibles atribuciones del mismo:

a) Juba II publica en torno al 6 d. C. su tratado «De Libia» en el que recoge las informaciones que ha obtenido de un viaje de exploración a las islas Canarias. En este nombra a Gran Canaria como «Canaria», dicen que por la presencia de canes. Estos «perros» se han identificado mayoritariamente con las colonias de focas que habitaban nuestras costas. Es una expedición que no conoce población alguna en la isla de Canaria por lo que algunos han querido ver en estos «perros» a los mismos aborígenes.

b) Por otro lado, como «Canaria» se bautizó la región africana en la que habitaron algunas tribus denominadas «canarii», tribus que huyeron de los límites de la Mauritania Tingitana romana traspasando hacia el sur la cordillera del Atlas cuando fueron sitiados por las tropas del cónsul Suetonio Paulino en el año 42 d. C., no porque estas tribus comieran carne de perro, lo que se ha malentendido mucho tiempo ya, sino porque como tal se comportaban, «viven como perros y comparten con estos animales las entrañas de las fieras» (Marcy, p. 249).

Mapa que muestra la localización de los canarii que refiere Suetonio
(https://www.gevic.net/info/contenidos/mostrar_contenidos.php?idcat=2&idcap=10&idcon=177)

Ante este doble uso del término, podríamos pensar que, efectivamente, se identificaba como «canes» a los indígenas por su comportamiento al margen de la civilización. La población insular y las poblaciones del Atlas, para la civilización romana, eran bárbaras, animales, «perros».

Esta localización geográfica de Canaria en tierras continentales africanas terminan de clarificarlas los propios conquistadores normandos. Cuando llegan a las islas tienen claro que se encuentran en las ínsulas «de Canaria», siendo «Canaria» la región africana donde habitan otros canarios que, ambos capellanes, Bontier y Le Verrier, también desean evangelizar. Estos son los canarios «de los países del sur» (Serra et Cioranescu, p. 84) que refieren en su crónica. De ahí las expediciones de exploración de Béthencourt a la costa africana vecina al archipiélago.

No es un asunto baladí, pues al obispo teldense Jaume de Olzina describen como obispo de Canaria, que no de las islas de Canaria.

Telde, Telda, Tadla

Cuando los normandos describen Telde, en su incursión exploratoria a Gran Canaria, dan prueba de conocerla muy bien en cuanto a su geografía, población e importancia capital en la isla. Además, ambos religiosos, en su crónica, no hacen referencia alguna a que fuera cabeza de diócesis alguna aunque, sin embargo, sí lo hagan de los misioneros que en ella fueron asesinados cuyo testamento encuentran. La incursión normanda parece situar el núcleo principal de Telde en lo que hoy conforma el casco histórico de la misma si bien, es cierto, que la historiografía canaria apunta a que prácticamente la mitad de la isla era conocida así, frente a la otra mitad de Gáldar.

Podría pensarse que la presencia misionera ya justifica la realidad allí del obispado y sede que nos ocupa. El mismo Rumeu nos demuestra que ya andaban misionando por las islas algunos mallorquines en 1342 por lo que el apoyo y sanción de esa misión llegó con la creación del principado de la Fortuna y del obispado de las Islas Afortunadas, que no te Telde, en 1351. Esta diócesis, como sabemos, acogía geográficamente todo el territorio insular fronterizo a la costa africana desde la entonces isla de La Goleta (Túnez), hasta las islas Canarias. 

¿Se erigió en nuestra Telde la catedral solicitada quedando, a la par, constituida como ciudad? La respuesta, como veremos, es negativa.

La relectura de las fuentes y la cartografía histórica termina por desentrañar su emplazamiento. Tanto en la bula del obispo fray Bonanat (1369) como en la de fray Jaime (1392), ya no se hace referencia alguna a las islas Afortunadas. Rumeu identifica este obispado con el anterior porque a fray Bonanat lo llaman sucesor de sendos Bernardo y Bartolomé y, creemos, desde su querencia al engrandecimiento de la historia insular. 

Sin embargo, estos predecesores son llamados también obispos de Telde, no de las islas Afortunadas, lo que indica que son otros dos prelados al margen de los citados obispos «in Insulis Fortunatis» (García Santos, p. 79) o, menos probable, que la diócesis de las Afortunadas por fin había establecido su sede en un lugar concreto de todo el amplio marco geográfico comprendido. Sea cierta una u otra aseveración, para esta diócesis «de Telde» se redactan bulas que van dirigidas a su catedral y cabildo ya establecidos, catedral y cabildo del que no hubo constancia alguna en Gran Canaria para los normandos que arribaron a las islas ni para el resto de historiadores canarios hasta bien entrado el siglo XX.

[Frare Bonanat bisbe de Telda]
Pormenor de una carta de los reformadores de Mallorca (26 de abril de1373)
(Rumeu (1977), p. 416).

Si releemos las fuentes, en resumen, observaremos que se habla de la diócesis de Telda (que no Telde). Este topónimo señala realmente a una región en las faldas del Atlas que encabezó desde el siglo XII una de las provincias en que se dividiría el reino de Marruecos, la provincia «teldensis».

«El reino de Marruecos está sobre el Océano occidental, y comprehende las Provincias de Hea, Sus, Gésula, Marruecos, Duquéla, Esura, y Telda; y está poco poblado» (Capmany, p. 283).

«Regnum marrocanum et fezzanum.
Summa Capita.
1. Concluditur totum opus Archontologicum duobus regnis, Marrocano et Fezzano, quae in unum Imperium potentisimum coalverunt. Et primo quidem explicatur SITUS Regni Marroco, eiusque divisio in VII. provincias: quae sigillatim describuntur. Provincia Heensis, eius amplitudo, limites, urbes praecipus.
2. Provincia Susana, eius situs, limites, oppida.
3. Marrocana propie dicta. 4. Guzalensis, 5. Ducalensis.
6. Hascorana. 7. Teldensis». 
[El reino de Marruecos y de Fez. 
Capítulos. 
1. Toda la obra concluye con dos reinos, Marruecos y Fez, que se fusionaron en un Imperio muy poderoso. En primer lugar se explica la ubicación del Reino de Marruecos, y su división en siete provincias: las cuales se describen detalladamente. La provincia Heensis, su extensión, límites y ciudades principales.
2. La provincia de Susana, su ubicación, límites y poblaciones.
3. La Marrocana propiamente dicha. 4. Guzalensis, 5. Ducalensis.
6. Hascorana 7. Teldensis]. (D´Avity, p. 247).

Mapa histórico de Marruecos y pormenor de la región de Tedle
(Instituto Geográfico Nacional)

«Ultima provinciarum regni Marrocani est Tedelaea, huius sunt limites, ab Occidente Quadalhebid fluivius, quae vox significat amnem servorum; ab Oriente Ommirabilis fluvius; à Meridie Mons Atlas; á Septentrione Tenesma regio. Habet hoc terrarum spacium figuram Triangularem, cum versus Meridiem in acutum coeat cuneum, & intra Orientem & Occidentem dilatetur. Caput regiones est Tefza, oppidum antiquum, nomen trahens à quodam saxorum genere, è quibus constructum est. Incumbit hoc Demeio fluvio, nec procul abest ab alio oppico Efza, in ripa Ommirabilis Amnis, in quem Demeius influit Atlante Monte utrique originem suam praestante. Post hace occurrit Chitita, quae diu bellum sustinuit adversus Regem Fezzanum. Ultimus locus dicitur Eythiadum, abundans omnis generis alimonia». 
[La última de las provincias del reino de Marruecos es Tedelaea, cuyos límites son el río Quadalhebid al Oeste, palabra que significa río de los esclavos; al oriente el río Ommirabilis; al sur del monte Atlas; al norte de la comarca de Tenesma. Esta zona geográfica tiene forma triangular, pues hacia el Sur se une formando una cuña aguda, y se expande entre el Este y el Oeste. La capital de la región es Tefza, una antigua ciudad que toma su nombre de cierto tipo de roca con la que fue construida. Este cae sobre el río Demeius, y no está lejos de otra montaña de Ephza, en la orilla del Ommirabilis Amnis, en el que desemboca el Demeius desde las montañas del Atlas, dando origen a ambos. Después de la batalla se encontró con los chititas, que habían librado una larga guerra contra el rey de Fez. El último lugar se llama Eythiadus, y abunda en toda clase de alimentos]. (D´Avity, p. 249).

Debemos tener en cuenta, también, que esta aseveración de la sede teldense en Telda (Tadla), se fortalece cuando nos damos cuenta de las buenas relaciones entre la Corona de Aragón y la de Fez precisamente en el periodo de los dos obispos teldenses que conocemos (Sanahuja, pp. 264-265) y que, como Jaume de Olzina, ya eran experimentados misioneros en aquellas tierras. También, que ambos obispos teldenses conocidos son franciscano uno y dominico el otro, órdenes a las que se encomendó/permitió desde el siglo XIII la evangelización en la zona (García Barriuzo, p. 220). 

Podría objetarse, en favor de Rumeu, que tampoco quedó constancia de una sede episcopal en la Telda continental y que, por ejemplo, tampoco León Africano la reseñó en su visita a la región de Teldis [sic] en 1526, la actual Tadla, reflejando, no obstante, la presencia de una numerosa comunidad judía que, años atrás, convivía con una igualmente numerosa de cristianos (Fanjul et Consolani, pp. 197-206). 

Sin embargo, sí quedó constancia en la historia de Telda de la presencia de una comunidad cristiana que, precisamente por su situación fronteriza entre los reinos de Marruecos y Fez, se vio envuelta en varias diatribas históricas que son las que dieron al traste con un obispado del que, no en vano, siempre se refirió estaba «in partibus infidelium» aunque Rumeu, a sabiendas de que tal descripción no cuadraba con las islas, lo considerara erróneo (Rumeu, p. 6). 

«At a remote period, Tâdlâ seems to have been inhabited by people more o less professing Christianity or Judaism. When Idrîs II conquered it in 172 (789), he found -according to the author of the Rawdat al-Kirtâs- very few Muslims, but many Christians and Jews. Leo Africanus who was in Tâdlâ at the beginning of the XVIth century mentions the large Jewish colonies there (…). In 761 (1359-1360), the Wasir al-Hasan b. `Umar, governor of Marrâkesh for the Marînid Sultân Sâlim Ibrâhim, revelled against his master and sought refuge in Tâdlâ, where he vas welcomed by the Banû Djâbir; but, when hard pressed by the Marinid troops, he had to flee to the Zanâga of the mountains who finally handed him over to his pursuers». 
[En una época remota, Tâdlâ parece haber estado habitada por pueblos que profesaban más o menos el cristianismo o el judaísmo. Cuando Idrîs II la conquistó en 172 (789), encontró -según el autor del Rawdat al-Kirtâs- muy pocos musulmanes, pero sí muchos cristianos y judíos. León Africano, que estuvo en Tâdlâ a principios del siglo XVI, menciona las grandes colonias judías de allí (…). En 761 (1359-1360), Wasir al-Hasan b. `Umar, gobernador de Marrakech del sultán marînid Sâlim Ibrâhim, se rebeló contra su maestro y buscó refugio en Tâdlâ, donde fue recibido por los Banû Djâbir; pero, presionado por las tropas marinís, tuvo que huir a los Zanâga de las montañas, quienes finalmente lo entregaron a sus perseguidores]. (Houtsma et alii, p. 602).

Por otro lado, además, nos encontramos el testimonio de Marín de Cubas que, por ejemplo, encuadró allí la labor misionera de Tadeo de Canaria, a sabiendas de que Tagaost, el lugar donde radicaba su venerada tumba, era una población no muy lejana a la costa (no en la Telda que referimos).

«Llámanle los moros el Santo Agustino Tadeo de Canaria; de allí lo llevaron, según ordenaba la carta del alcaide moro que llevaron, á otra casilla algo apartada, y abriendo la puerta se vio un gran montón de libros, que no fue posible dejar de ver y tocar algunos de ellos, y volvieron a cerrar. Este sitio está camino del monte Atlante tres leguas; hay buenos arroyos de agua y huertas de higueras y parras de uva almuñécar, que es larga como ciruelas y llaman la huerta de Telde, y nunca quisieron decir la causa ni el motivo ni el tiempo ha que tenían aquel cuerpo mirlado» (Marín, f. 201).

¿Misionó Tadeo de Canaria en el ámbito del obispado teldense o en el ámbito del obispado libariense?No lo sabemos. Para quienes lo han hecho de origen portugués, no es sorprendente que uno de los puentes históricos de Kasbah Tadla sea el «de los portugueses» pues durante su presencia en la región fue realizado. No obstante, son muy imprecisas las referencias geográficas dadas en las fuentes pues nacieron a la par que la exploración de los lugares que describían. Así, parecen hablar de una región demasiado extensa si no de dos zonas totalmente distintas y bastante alejadas entre sí. Mucho más al sur de la región de Telda, en la provincia actual de Tarudant, todavía sobrevivía una iglesia en el siglo XIX según las anotaciones del explorador John Davidson (en la que se ha querido identificar la tumba de Tadeo de Canaria). 

«Saturday, April, 16 (...) there is a town E. of  Terodant, called Tazelt, where there is a Christian church, in perfect preservation, well finished and painted, but shut up: it is held in some veneration by the natives, who can only look into it through  the windows. There are also Christian villages in the neighbourhood of the church». 
[Sábado 16 de abril (...) hay un pueblo al E. de Terodant, llamado Tazelt, donde hay una iglesia cristiana, en perfecto estado de conservación, bien terminada y pintada, pero cerrada: es tenida en cierta veneración por los nativos, quienes solo pueden mirar dentro de ella a través de las ventanas. También hay pueblos cristianos en los alrededores de la iglesia] (Davidson, p. 81).

En definitiva, Rumeu quiso engrandecer la historia de nuestra ciudad con un obispado «de Canaria» que nunca radicó en «las islas de Canaria». Es evidente que su error no fue intencionado sino que estaba fundamentado en la indiscutible presencia de misioneros en las islas así como en la creación del obispado de las Afortunadas que comprendía el archipiélago en su jurisdicción pero que, como hemos visto, nació con la mirada puesta en la evangelización del norte del continente africano en manos de los reinos infieles de Marruecos y Fez.

Conclusiones

1. La creación del obispado de Fortunia (1351), sobre el territorio insular y costero norte africano, no supuso la radicación de la diócesis en sede concreta alguna. La muerte del príncipe de la Fortuna (1348) y el pronto traslado de su obispo Bernardo a Cerdeña (1351-1354) son prueba de ello. El intento de continuar dicha evangelización con el obispo Bartolomé (1361), no sabemos si fructificó dada su temprana muerte, en torno a 1362.

2. La auténtica «fortunatarum prima civitas et sedes» no es otra que la antigua Rubicón en el municipio de Yaiza, pues con la creación de su obispado (1403), el primero realmente establecido en el archipiélago, también pasaba a ser ciudad por disposición de Benedicto XIII. En este sentido, es imposible que este antipapa soslayara la existencia de una diócesis supuestamente precedente en las islas con un obispo «teldense» todavía en funciones en 1411 como auxiliar de Zaragoza, reino de Aragón en el que como antipapa, además, encuentra por el momento total apoyo.

3. El obispado «teldensis» o «de Telda», como se redacta en las bulas, debía referir a la localización clara de la citada región en la cartografía del momento: la provincia «teldensis» del reino de Marruecos, en la ciudad de Telda (región de Tadla-Azilal actualmente). En este sentido, recordar que se enclava en la «canaria» de Suetonio, lo que no contradice la referencia de «bisbe de Canaria» hecha al obispo Jaime de Olzina (Canaria, no islas de Canaria). Esto también explica la elección del mismo como obispo teldense pues ya andaba acostumbrado a misionar en dichas tierras desde Tremecén y Fez. Marín de Cubas sitúa en esta región de Telde la misión de Tadeo de Canaria aunque todo indica que este misionó al sur del Atlas en la región del Sus marroquí.

4. La única referencia de «episcopus teldensis, insule canarie», además en un documento civil, no se ha podido contrastar al no encontrar el documento que, por otro lado, tampoco consultó Rumeu sino que le refirieron. Anotar que, por la supuesta datación del documento, 1369, lo más lógico es que hubiera citado al archipiélago como «insulis fortunatis».

5. El obispado libariense continuó la misión originaria de la diócesis de las Afortunadas, adentrándose a misionar en las tierras de lo que se denominaba Berbería y que alcanzaba al desierto del Sáhara (García Oro). No en vano, este, en la cartografía del momento, aparece denominado como desierto de Libia. Por lo tanto, se equivocan los autores que han identificado el obispado libariense con el de Lyrba (Turquía). En este sentido, hay que recordar que algunos autores identifican a los «canarii» continentales como un pueblo libio (Marcy, p. 249).

6. La etimología de Telde (tâdlâ), significa «gavilla» (Gibb, p. 75), nos habla de las mieses, de la fertilidad de la gran vega de Telde. Del mismo modo, las similitudes geográficas de ambas zonas, una extensa y fértil llanura irrigada por ríos que bajan de los montes Atlas (de la cumbre de nuestra isla). Esta etimología bien podría centrar el diseño del nuevo escudo de nuestra ciudad que, como hemos visto, no refleja la verdadera historia de la misma, por mucho que sigamos empeñados en celebrar cada «7 de noviembre» o denominarnos «prima civitas et sedis» e, incluso, «arzobispal ciudad».

Del mar hasta la cumbre, Telde la fértil
(Propuesta del autor)

8. Como hipótesis a estudiar, cabría pensar que los aborígenes que radicaron en Telde y que así la llamaron, bien pudieron ser canarii procedentes de la región de Telda. De allí fueron traídos por los romanos como esclavos para proveerse de cereal, como en la isla de Lobos lo hicieron de púrpura. No en vano, como describe León el Africano, Telda se halla «a poniente el el Río de los Esclavos» (Fanjul et Consolani, p. 120), si bien es cierto que no sabemos a qué esclavos refiere, si canarii de Tadla o  sus vecinos al oeste, ghomara (¿gomeros?), o al sur aourebas (¿auaritas?), todas ellas tribus bereberes (Peyronnet, pp. 53-54). También podría pensarse que el tránsito de misioneros en el obispado de Fortunia, si fue el mismo que terminó radicado en Tadla, pudo originar la denominación de lugares similares con el mismo nombre.


REFERENCIAS

Capmany y de Montpalau, A. de. (1783). Diccionario geográfico universal que comprende la descripción de las quatro partes del mundo (…). G-O. Vol. 2. Real Compañía de Impresores y Libreros. Madrid.

D´Avity, P. (1628). Archontología cosmica, sive imperiorum, regnorum, principatum, rerumque publicarum omnium per totum terrarum orbem (…). Francofurti ad Moenum, Sumptibus Lucae Jennisi.

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